CAPÍTULO VIII

Después de todos estos sucesos las cosas parecieron precipitarse.
Una mañana, en el mercado, vi en uno de los puestos de venta, a una mujer que me recordó a alguien. Con disimulo la estuve observando un rato sin poder recordar quien era, continué con mis compras si dejar de dar vueltas a mi cabeza hasta que por fin recordé quien era. Era la mujer misteriosa. Al momento me di cuenta del porque me había costado tanto identificarla, ahora iba con el pelo muy corto y teñido de negro, cuando la había conocido con mi amiga su melena era rizada, larga y rubia.
Estuve dando vueltas por el mercado buscándola, cuando de repente la vi otra vez en una de las salidas. Si saber aún que es lo que estaba haciendo y sin darme cuenta del porque me puse a seguirla.
Fue hacia el barrio que anteriormente he descrito como “el otro lado”, o sea, el barrio bajo de la ciudad y se metió en un pequeño bloque de pisos de aspecto bastante sórdido.
Cuando hubo desaparecido por las escaleras me quedé allí parada mirando el portal con mi bolsa de la compra en la mano como si estuviera atontada, hasta que un hombre me dijo algo que no entendí y que me hizo volver a la realidad, entonces me alejé de allí rápidamente.
No recuerdo como llegué a mi casa, lo que sí que recuerdo perfectamente es que las piernas me temblaban tanto que me costó un enorme esfuerzo subir todas las escaleras. Cuando llegué a mi casa dejé la bolsa con la compra encima de la mesa y me deje caer en una silla. Cuando logré serenarme pensé que lo mejor que podía hacer era contárselo a mi amiga la señora Irene, así que bajé hasta su casa y de un tirón se lo solté todo. Ella, como siempre hacía cuando intentaba tranquilizarme, me ofreció su remedio mágico, una taza de café bien cargado. Después de bebernos tan maravillosa solución nos dispusimos a analizar la situación.
-Debes ir corriendo a la policía –me dijo después de discutirlo todo una y otra vez.
-Sí, ya lo sé, pero mire lo que pasó la vez anterior cuando fui a la policía: mi casa quedó destrozada y gracias a Dios que a nosotros no nos pasó nada, pero podríamos haber muerto, así que tengo miedo y no creo que se me pueda culpar de tenerlo.
-¡Claro que es normal que tengas miedo! ¡Yo también lo tengo! Y nadie te culparía si no fueras. Nos las tenemos que ver con alguien peligroso, no me olvido de que quien quiera que sea, ya ha matado dos veces y ha intentado mataros a vosotros.
-Precisamente eso es lo que no puedo olvidar –le contesté con un hilo de voz-. Nosotras estamos suponiendo que esa mujer es culpable pero, ¿y si no lo es? –volví a decir aunque en mi fuero interno sabía que Irene tenía razón y debía de acudir a la policía.
-Desde luego que nosotras no sabemos nada, pero ¿y si fuera la asesina? Entonces la detendrían y toda esta pesadilla habría terminado y podríamos descansar tranquilas. Mira ya sé que ahora estás nerviosa, descansa un rato, habla con tu marido y si quieres yo te acompañaré a la policía.

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