CAPÍTULO VII

Aquella semana fue agotadora, los periódicos dieron la noticia de que la policía tenía un testigo ¡testigo! ¡Cómo si yo fuese un testigo!
No se como se enteraron los periodistas pero el caso es que me encontraron, y ya no me dejaron en paz con sus preguntas. Aquello fue espantoso y mi trabajo se resintió por ello, pues el portal estaba a todas horas lleno de gente que quería enterarse de todo, pero como yo no sabía nada, poca cosa podía contarles, pero esto no fue óbice para que ellos no sacaran en sus periódicos largas entrevistas que habían tenido con “la testigo”. Al final opté por cerrar la portería unos días para poder librarme de aquel acoso.
Sólo abría el portal y recogía el correo, con gran disgusto de la señora del primero, que me echaba en cara el haber acudido a la policía, además aprovechaba para sermonearme con su:
-Ya se lo dije desde el primer día, usted no se tiene que meter donde no la llaman, mire si no tenía yo razón. Si me hubiera hecho caso, como era su deber, los vecinos no tendríamos que vernos mezclados con algo tan sórdido como todo esto. Y bla, bla, bla…
Menos mal que los demás vecinos sí que me apoyaban y me daban ánimos, si no, no sé como hubiese podido resistir todo aquel cúmulo de sucesos.
Claro que poco podía sospechar que lo más duro estaba aún por llegar.

Una noche oímos al vecino de abajo que gritaba pidiendo socorro. Mi marido y yo nos despertamos asustados y pudimos ver que de la cocina salía humo, cuando abrimos la puerta vimos con horror que las llamas empezaban hacer pasto de ella. Mi marido fue abrir la puerta de la casa porque los vecinos que había visto el humo ya subían con cubos de agua. Yo corrí a buscar a mi hija y la llevé abajo con la señora Irene, cuando me disponía a subir para tratar de ayudar, los vecinos y mi marido bajaban diciendo que todo era inútil, que lo único que podíamos hacer era esperar a los bomberos. Era horrible, el humo ya invadía toda la escalera y nos asfixiaba a todos, así que no tuvimos más remedio que espera en la calle con los demás.
En unos minutos, que nos parecieron horas, llegaron los bomberos, pero como el piso estaba tan alto las mangueras no tenían suficiente presión y el agua no subía con la fuerza necesaria, así que cuando los bomberos le dieron más presión una de las mangueras se reventó e inundó toda la escalera y mi casa, entre el fuego y el agua quedó bastante destrozada.
Tanto la policía como los bomberos investigaron las causas del incendio y descubrieron que el fuego se había iniciado en el terrado. Para que se entienda mejor la situación he de explicar que en esas casas antiguas, los terrados solían tener unas pequeñas habitaciones, una para cada piso, que hacían las veces de cuartos trasteros. Algunos de estos cuartitos estaban adosados, por detrás, con la pared de mi cocina. Los bomberos descubrieron que en el cuarto más cercano a mi cocina era donde había comenzado el fuego y que sin lugar a dudas había sido provocado.
Aquello, como es natural, nos asustó bastante a todos.
Los vecinos, todos sin excepción, se portaron de maravilla con nosotros, y nos ayudaron en todo. Mientras se hacían las labores de limpieza y restauración, pues mi cocina había quedado completamente inservible, estuvimos viviendo en casa de la señora Irene.
Recuerdo que el olor a humo y la negra carbonilla tardaron muchos meses en salir de nuestras vidas, y aún hoy en día se me pone la carne de gallina cuando oigo la sirena de los bomberos.

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