CAPÍTULO III

Al día siguiente, José Luís vino a mi encuentro y me pidió que le hiciese el favor de limpiar el cuartito donde su mujer probaba a las clientas, pues él no se sentía con el ánimo de hacerlo y tampoco quería llamar a nadie para que lo hiciera pues no quería que nadie chafardease las cosas de su mujer.
-Dímelo con sinceridad, si tú tampoco te ves con ánimos de hacerlo ya lo arreglaré de otra manera.
-No te preocupes que yo lo haré. Yo sé como era Sara de curiosa para sus cosas y que no le gustaba que nadie anduviera removiendo sus pertenencias.
-La policía ya lo ha recogido todo y han limpiado la marca de tiza del suelo, pero todo lo demás está igual. Creo que cerraré la habitación y nunca más entraré en ella, pero no puedo dejarla como está, con esa mancha en el suelo…
-No te preocupes, esta tarde subiré y lo dejaré todo en orden.
-Toma las llaves, yo no tengo el valor de estar allí mientras limpias, me iré a dar una vuelta.
Cuando subí al piso y entré en el probador hubo un momento en que creí que mis fuerzas me fallarían, pero intenté recuperarme y cogí un cubo con agua y lejía y un estropajo y me dispuse a no dejar ni rastro de la desgracia que allí había sucedido.
Mientras estaba agachada restregando a fatídica mancha, algo que estaba debajo de la mesita que Sara hacía servir para dejar los figurines llamó mi atención. Metí la mano y saqué una pequeña hebilla forrada de charol de color negro, de esas que estaban de moda en los zapatos de fiesta, nunca antes la había visto y estaba casi segura de que no pertenecía a mi amiga Sara. Sabiendo lo limpia que era mi amiga no era posible tampoco que aquella hebilla llevase allí mucho tiempo, aquel pequeño enigma me intrigó ¿de quién sería? Yo no conocía a la clientela de Sara nada más que de nombre, pues venía a ayudarla cuando tenía un rato libre entre las tres y las cinco, que era cuando mi hija estaba en el colegio, y ella siempre le daba hora a sus clientas a partir de las cinco, pero sí que conocía los vestidos que estaba haciendo y entre ellos no figuraba ninguno de noche o de fiesta que pudiera ir bien con aquel adorno, por eso me intrigada aquella hebilla, me fui hasta el armario en que Sara guardaba sus zapatos y me puse a examinarlos todos para ver si la hebilla correspondía a alguno, pero no, aquel adorno no era de ninguno de sus zapatos. Me metí la hebilla en el bolsillo de mi bata y procuré no pensar más en ella.
Aquella misma tarde un policía iba de portal en portal haciendo preguntas. A la portera del número dos le faltó tiempo para explicarle que yo era amiga de la víctima, que cada tarde subía a su casa a coser, que si esto, que si lo otro, aquella mujer disfrutaba contando cosas, tenía una especial satisfacción cuando era ella la primera en dar una noticia.
Cuando el policía vino a mi portería yo ya estaba preparada para contestar a sus preguntas.
-Me han dicho que ustedes eran amigas, me gustaría saber si también el marido de la difunta es amiga de usted –dijo en un tono impertinente que no me gustó nada.
-Sí, éramos amigas, y sí, también su marido es amigo mío y mi marido es amigo suyo y también era amigo de Sara, los cuatro éramos amigos –le contesté remarcando mis palabras y dejando muy clara la clase de nuestra amistad—los cuatro somos amigos y de vez en cuando cenábamos los cinco juntos.
-¿Los cinco?
-Sí, nosotros cuatro y mi hija a la cual querían mucho.
-Tengo entendido que estuvo usted con ella la misma tarde del crimen, al parecer fue usted la última persona que la vio con vida.
-En eso se equivoca, la última persona fue su asesino, pero, sí esa tarde estuve con ella, como cada tarde, ayudándola con la costura.
-Perdone mis preguntas pero ya comprenderá que sólo cumplo con mi deber, debo de tener la máxima información posible, ¿le pagaba a usted por su trabajo?
Yo no entendía que tenía que ver aquella pregunta con la investigación del crimen, pero no quería parecer que ocultaba algo.
-No, ella en pago de mi ayuda nos cortaba los vestidos a mi hija y a mi mí, y de vez en cuando me regalaba algún retal para hacerle a mi hija alguna blusa, yo en cambio le pasaba los puntos flojos, cosía los dobladillos y los ojales, en fin todo ese tipo de cosas.
-Ahora tengo que preguntarle algo mucho más delicado, ¿qué clase de relaciones tenía el matrimonio, es decir se levaban bien entre ellos?
-¡Pues claro que se llevaban bien! ¿Qué insinúa? Si alguna lengua viperina le dice otra cosa es que está mintiendo –contesté indignada.
-Como usted comprenderá tenemos que investigarlo todo, le sorprendería saber que en la mayoría de las veces el culpable es el marido o la mujer, según sea el caso.
-Bien, pues este no es el caso –contesté secamente.
Después de unas cuantas preguntas más se fue, dejándome más impresionada de lo que quería admitirme a mi misma, el saber que la policía sospechaba de José Luís, era absurdo, era algo sin sentido, por lo que yo había podido observar, ellos dos se llevaban bien, yo no los había visto nunca discutir; bien es verdad que Sara a veces se quejaba de que su marido las dejaba mucho tiempo sola, pues al ser profesos de pintura se pasaba muchas horas y algunos fines de semana en su estudio o recorriendo las pinacotecas para mejorar su técnica, pero esto era algo a lo que Sara ya se había acostumbrado.
Por la noche cuando llegó mi marido le comenté la conversación que había tenido con el policía, él estuvo de acuerdo conmigo en que todo aquello era absurdo, pero como muy bien dijo, la policía no conocía tan bien como nosotros a José Luís.

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