CAPÍTULO IX

Ya estoy llegando al final de mi relato. Consignar esto por escrito después de tanto años me ha servido de paliativo para ahuyentar los fantasmas que han poblado mis sueños hasta hoy Ya se sabe que el tiempo lo cura todo, pero a veces no basta y hay que recurrir a otros métodos, yo he recurrido a este.
Prosiguiendo con mi crónica, diré, que como es natural, fui a la policía, y en esta ocasión los periodistas no se enteraron de nada hasta que todo estuvo concluido.
Fueron unos días angustiosos por el miedo que pasamos por si la policía no podía coger al culpable.
Resultó que Irene tenía razón y la asesina fue la mujer misteriosa. El asunto resulto ser sórdido y vulgar, aquello no tuvo ningún misterio, ni ninguna aureola de romanticismo. La mujer era una pobre perturbada que había sido una de las queridas de don Carlos, a la que dejó por mi amiga Sara. Después de ser abandonada estuvo acosándolo por teléfono y lo seguía a todas partes. Hasta que consiguió culminar su venganza.
La pobre murió varios años después en un manicomio.
Después de descubrirse todo, los periodistas volvieron a hacerme la vida imposible, y la señora del primero también.
Y siendo la naturaleza humana como es, no dejaré de decir que también yo tuve eso que se llama mis “cinco minutos” de gloria. Ésta vez sí que concedí algunas entrevistas y recibí un bonito sobresueldo que nos vino muy bien para arreglar nuestra maltrecha cocina.

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