CAPÍTULO II

En aquel barrio burgués el asesinato parecía un insulto, o al menos eso creían sus habitantes de clase alta, un barrio en el que la gente “inferior”, como ellos los llamaban, estaba separada por la gran avenida que los apartaba como si fuera un muro infranqueable. Sólo ese mismo gran paseo era terreno neutral en el que se podían mezclar unos con otros. En aquel año de 1950 aún se podía decir que había clases y clases, por eso los moradores de aquellos lujosos pisos estaban como ofendidos de tener un vulgar crimen en su calle. Así pensaban, al menos algunos, vecinos de mi casa y mucho más ofendidos por que “su” portera, como ellos me llamaban, descuidara sus deberes para ir a consolar al viudo.
Eso no está bien visto, Ana, ya sabe usted que la gente es muy mal pensada, nosotros la tenemos en muy buen concepto, no se mete usted con nadie, es amable, cumple bien su trabajo, no como otras… si ya me entiende, que se pasan todo el día dándole a la lengua, pero usted no es de esas, por eso me permito aconsejarle, por su propio bien que quede claro, que tenga cuidad y no de pie a que se hable de usted. Él ahora es un viudo joven –dijo maliciosamente– no debe descuidar sus deberes y mucho menos para ir donde no la llaman.
-Era mi amiga señora, éramos amigas –sólo pude articular porque noté que en mi garganta se hacía un nudo al ver la poca delicadeza de la gente. La señora del primero pareció un poco ablandada por mis palabras y siguió diciéndome con voz menos dura.
-Ya lo se, si yo sólo se lo digo por su bien, porque la aprecio.
-Gracias señora, lo tendré en cuenta y no se preocupe que no volveré a descuidar mi trabajo. Aquí tiene una carta para su hija –le dije al mismo tiempo que le entregaba un sobre.
Ah, sí! Es la carta que mi hija estaba esperando desde ayer, estaba impaciente por recibirla y con todo este jaleo aún se ha retrasado más la cosa.
-No se preocupe que no volverá a ocurrir –le repetí.
Cuando se hubo marchado cerré la portería y subí a repartir el resto del correo. En los demás pisos, como era natural ya se habían enterado de las desgracia por el infalible sistema de las chicas de servicio. La señora del segundo con su acostumbrado tono amable me pidió que pasara y me sentó en la cocina haciéndome beber una taza de tila para calmar mis nervios.
-Bebe, bebe que te sentará bien. Imagino como debes sentirte, ella era tu amiga a la que ayudabas a coser algunas tardes ¿verdad? Es una tragedia, una verdadera tragedia ¿por qué no te tomas el resto del día libre, hija mía? Necesitas descansar.
-Gracias señora, es usted muy amable, pero es mejor así, creo que si estoy sola en casa me pasaré todo el tiempo pensando, al menos trabajando me distraeré un poco más.
-Claro hija, tienes razón. Si necesitas algo ya sabes que puedes contar conmigo.
-De verdad señora que es muy amable, se lo agradezco.
Seguí mi recorrido y aunque la señora del entresuelo no tenía correo llamé a su puerta.
-señora Irene -dije sin poder contener el llanto, en cuanto me hubo abierto la puerta. Ella me tendió los brazos y me refugié en ellos.
-Pase hija mía, ven cuéntame que te pasa ¿por qué lloras? ¿Alguna de esas brujas... tu ya sabes a quién me refiero, te ha reñido?
Creo que era la única del todo el barrio que no conocía la noticia, pues al no tener servicio nadie se la había contado. Fue para mi un gran alivio explicárselo todo, me sirvió de desahogo. en cuanto hube terminado me dijo:
-Muy bien, ahora vas a lavarte la cara, yo mientras tanto te prepararé una tortilla y te beberás un vasito de vino, porque estoy segura que desde anoche no has comido nada decente, supongo que estarás a base de cafés. cuando estés más tranquila continuaremos hablando.
No sé que tenía aquella mujer que te hacia sentir bien, te hacía descansar, te daba la sensación de que si ella se hacía cargo de las cosas todo iría bien. Mi hija la quería mucho y yo me sentía tranquila cuando la dejaba a su cuidado. Ella jugaba con mi hija como si fuera una niña más, le explicaba historias divertidas y cuentos fantásticos. Tenía unos sesenta años y estaba bastante gruesa, casi siempre se la veía sentada, pero a pesar de su gordura tenía una gracia al moverse que parecía que en vez de andar estuviese dando pasos de ballet. Lo que más llamaba la atención en ella era su boca, porque fuera cual fuera la hora en que la visitaras, la llevaba siempre pintada de un color cereza fuerte, como si se la acabara de pintar, otra de sus características era el fuerte olor a Maderas de Oriente que emanaba de todo lo que la rodeaba. Pero era su gran humanidad, su manera de hacerte sentir bien lo que más me atraía de ella,

No hay comentarios: